Un día de un mes de un año, me apunté a un curso. El mismo día del mismo mes del mismo año, B. se apuntó a un curso.
Las dos primeras cosas que supe de ella fueron que los niños no eran de su agrado y que siempre reía.
Ella es así. Ríe y sonríe todo el rato. Eso es genial porque es muy fácil saber cuando está triste. Es una pista que te regala para que la des cariño.
Yo, en ese entonces tenía muy desarrollado ese modo asocial que a veces me pongo por capa, así que no hice demasiados esfuerzos por conocerla, ni por conocer a nadie. Pero su forma de ser va tallando formas en tu corazón, cuando te quieres dar cuenta ya no eres la misma. Eres tú reinventada.
Cuando yo no iba al curso, siempre me preguntaba tímidamente por qué había faltado, eso te hacía sentir importante, porque significaba que ella notaba mi falta, aunque hubiese vivido toda su vida sin mí.
La explicaba poco, me daba vergüenza decirla que estaba triste y por eso paseaba, no sabía que ella podría curarme un poco las heridas. No sabía hasta que recoveco de mi ser podía ser capaz de llegar.
Un día, viendo una peli en su casa comimos mandarinas. Y desde ese entonces B. no se llamó B. sino Gajo.
B. era un nombre demasiado común para ella. Asi que ahora es Gajo.
Es el mejor gajo de la mejor mandarina del mundo.
Tiene muchísimas cosas buenas.
Una de las cosas que más me gusta de ella es que es silenciosa en sus actos, ella está sin ocupar, ella te dice bajito, ella te hace reir, te deja hablar, te sabe escuchar, y sino se le ocurre nada mejor que decir, te abraza, que es la mejor de las cosas que te puede decir.
Pasa desapercibida, pero se queda. Siempre se ha quedado a mi lado, aquí y a cientos de km, cuando nuestras almas han estado encontradas y cuando han estado desencontradas, cuando yo no he querido que nada me tocase el corazón y cuando ella no quería el mío. Siempre. Desde ese día de ese mes de ese año que empezamos aquel bendito curso, hasta hoy.
Asi es que, me tuve que hacer su amiga.